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Mostrando entradas de marzo, 2018

Crece la población de Estremera

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Consuela saber que, mientras tantos pueblos de España ven en riesgo su misma existencia por el abandono de que son objeto, fundamentalmente por los más jóvenes, en beneficio de las ciudades, hay pueblos ejemplares que, como Estremera , ven crecer su población, ya sea de grado o por fuerza, por lo civil o por lo judicial.   El regreso al modélico establecimiento penitenciario de la localidad del sureste madrileño de los cabecillas separatistas catalanes, determinado por el juez Llarena , ha supuesto que la población estremereña crezca, desde sus 1261 habitantes, en un 0,34%. Dirán que no es gran cosa -que lo es, considerada la tendencia a la desertización de nuestro medio rural-, pero menor es el porcentaje de crecimiento de Bélgica por la huída de Puigdemont.  La gente de Estremera, ya les digo, contentos. Desde la inauguración en 2008 del establecimiento penal por hoy uno de sus más destacados huéspedes, no se habían visto en otra. En la prensa del momento, se complacía una v

Maldito algoritmo

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Somos un guarismo, una suma de datos, de keywords, palabras clave que nosotros solitos hemos utilizado, ya sea en Facebook, en Google o en cualquiera de sus siniestros tentáculos. A eso nos vemos reducidos en este universo oscuro de redes sociales, APP, motores de búsqueda y big data , a un triste, maldito algoritmo. Y ahora nos enteramos de que nos venden como ganado para que se usen nuestros gustos, preferencia, amores y pasiones a conveniencia de los mercados más variopintos.  ¿Ahora nos enteramos? Para nada. Recientemente, en un curso de SEO ( Search Engine Optimization , u optimización para motores de búsqueda), Eva Fontiveros nos advertía sobre  herramientas como Google o Facebook : no son gratis, en absoluto. Pagamos su uso, ya sean las búsquedas como la relación con nuestros "amigos" más o menos virtuales; y lo hacemos generosa e inconscientemente, con nuestros datos más íntimos: nuestro comportamiento, costumbres, hobbies, actividades, relaciones... No h

Constitucional PPR

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El Congreso de los Diputados se enjugasca hoy en uno de esos temas que demuestra hasta qué punto sus señorías viven de espaldas a la sociedad española, como es la derogación de la Prisión Permanente Revisable, incluida en la Ley de Seguridad Ciudadana que, habrá que recordar, se aprobó en marzo de 2015 en el marco del Pacto Antiyihadista. Una derogación propuesta por el PNV y que apoyan con entusiasmo el PSOE y Podemos. Los primeros porque ya fueron quienes interpusieron recurso ante el Tribunal Constitucional. Los segundos porque hacen de la derogación de todo lo que sea (lo que sea del PP, claro) una especie de hobby, deporte o pasatiempo. Independientemente de que hubiera sido de agradecer que el Constitucional hubiera dado su opinión con la agilidad con que ha lo ha hecho en otros casos, no se puede olvidar la incoherencia de considerar inconstitucional la prisión permanente cuando España ha ratificado, con informe favorable del Consejo de Estado sobre su constitucionalida

¿Qué pensiones?

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Distraídos y preocupados como estábamos con la desaparición y asesinato del niño Gabriel Cruz (que pesará también mañana en el Congreso, donde se debate la derogación de la Prisión Permanente Revisable), parecía que el asunto de las pensiones y los jubilados hábilmente movilizados para salir a la calle había pasado a segundo plano. Ahí va a seguir, salgan o no los pensionistas a vociferar, porque no es tema que tenga fácil arreglo, si no es desde una postura seria, responsable y común de los políticos éstos que nos hemos dado. Y no existe tal postura, sino que, por el contrario, la cuestión se ha convertido en una lamentable subasta de ocurrencias, un mercadeo de propuestas a cual más ingeniosa y más irrealizable, quebrando el principio fundamental de aquel Pacto de Toledo de 1995 en el cuál los partidos más importantes, además de al “análisis de los problemas estructurales del sistema de Seguridad Social y de las principales reformas que deberán acometerse”, se comprom

Más que agua de regadío

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La riada llegó a Madrid y desbordó los márgenes del Paseo del Prado, entre Cibeles y la Plaza de Carlos V, ante el Palacio de Fomento, sede del Ministerio de Agricultura y varias cosas más. Y tampoco aquí llevaba agua sino, más bien, lamento por su falta, el lamento que anega la huerta de Europa, en el sureste español. Los que vivimos en Madrid sobrellevamos con resignación ser el manifestódromo del país, así que el forzoso desvío por los estrechos laterales de la vía más importante de la capital apenas oyó otros pitidos que los de los manifestantes. Y a uno, que vive todavía el tema del agua como propio, murciano de adopción al cabo, hasta le hacía cierta ilusión ver los rostros bronceados bajo las gorras de las asociaciones de regantes y de algunas empresas agrícolas que habían desembocado a su personal en la Villa y Corte. Porque no todos los rostros bronceados que pasaban ante la estatua de Velázquez eran de potentados terratenientes curtidos al sol. Había much