¿Qué pensiones?
Distraídos y preocupados como
estábamos con la desaparición y asesinato del niño Gabriel Cruz (que pesará
también mañana en el Congreso, donde se debate la derogación de la Prisión
Permanente Revisable), parecía que el asunto de las pensiones y los jubilados
hábilmente movilizados para salir a la calle había pasado a segundo plano.
Ahí va a seguir, salgan o no los
pensionistas a vociferar, porque no es tema que tenga fácil arreglo, si no es
desde una postura seria, responsable y común de los políticos éstos que nos
hemos dado.
Y no existe tal postura, sino
que, por el contrario, la cuestión se ha convertido en una lamentable subasta
de ocurrencias, un mercadeo de propuestas a cual más ingeniosa y más
irrealizable, quebrando el principio fundamental de aquel Pacto de Toledo de
1995 en el cuál los partidos más importantes, además de al “análisis de los
problemas estructurales del sistema de Seguridad Social y de las principales
reformas que deberán acometerse”, se comprometían a no utilizar la cuestión
como arma política, o sea, electoral.
El sistema español de Seguridad
Social no funciona, no puede funcionar. No puede hacerlo cuando el gasto se ha
disparado un 56% en una década, pero los ingresos han crecido sólo un 7,5%. Los
ingresos por cotizaciones no dan para pagar las pensiones, faltan unos 5.000
millones de euros.
Habrá que recordar que el sistema
de la Seguridad Social español tiene su origen en 1900 en que comienza una
etapa de definición prestacional e institucional que llegaría hasta 1962, para
iniciar hasta 1978 una etapa de configuración normativa. Si desde 1978 la
sociedad española ha cambiado, imagínense desde 1900. Lo mismo pasa con el
Pacto de Toledo: si en 1995 ya se hablaba de “problemas estructurales del
sistema”, piensen ustedes ahora, que hemos cambiado de siglo y han pasado casi
un cuarto de centuria.
Desde prácticamente sus
comienzos, a todos los Gobiernos se les ha ido en retocar, ajustar, reformar (“mejorar”
no cuadraría aquí, vista la experiencia) el sistema, para hacerlo viable. Así
ocurrió en 1985, 1992, 2002 y 2007. En 2010, el gobierno socialista llevaba la
edad de jubilación hasta los 67 años. Poco después, Zapatero congelaba las
pensiones.
El incremento de las pensiones
en, al menos, un 0,25% es una iniciativa del Gobierno del Partido Popular en la
Ley 23/2013, Reguladora del Factor de Sostenibilidad y del Índice de
Revalorización del Sistema de Pensiones de la Seguridad Social. No implica que
las pensiones sólo puedan subir en ese porcentaje, pero asegura que, ocurra lo
que ocurra, se incrementarán cada ejercicio.
Así ha venido produciéndose
incluso en los peores años de la recién superada crisis. Cuando España estaba al borde del rescate económico,
se incrementaron las pensiones. Se incrementaron -con la consiguiente ganancia
de poder adquisitivo para los pensionistas- en 2014 y 2015, por la baja
inflación. También en 2013 los pensionistas mejoraron su capacidad de compra,
porque aumentaron un 1 % aquellas de más de 1.000 euros y un 2 % las
inferiores, mientras que el IPC se situó en el 0,3 %.
Hoy se pide que las pensiones
suban al mismo nivel que el IPC. No se hacía cuando la variación era del 0%, o
incluso era negativa. Pero es difícil plantear un incremento, más allá del
mínimo legal establecido, en ausencia de unos Presupuestos Generales del Estado
que calculen su viabilidad.
La solución del sistema está fuera del mismo: en la
generación de empleo, en la incorporación de cotizantes que permitan mantenerlo.
De otra forma, el único modo de pagar más en pensiones es, o bien implementar
más impuestos hoy o acumular deuda, lo que significa más impuestos en el
futuro. Como señalaba Marcos de Quinto, los pensionistas, en realidad, se
manifiestan contra nosotros, los paganini de la clase media-baja trabajadora,
de quienes saldrá el dinero si el Gobierno atiende sus reclamaciones.
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