LA CUCARACHA
Dicen que, por cada cucaracha que nos encontramos, de esas que aparecen de repente en tu piso, y con mayor asiduidad en unas latitudes que otras, hay doscientas que no vemos. Un horror si, como me pasa a mí, no es que me den miedo, pero si mucha grima. Al punto que, cuando he vivido en lugares en que se prodigan, morenas o rubias, e incluso voladoras, las jodidas, encendía la luz de la habitación para darles oportunidad de salir corriendo a esconderse, y no verlas.
Pedro Sánchez actúa como las cucarachas: cuando se le
enciende el foco, sea del descontento creciente de la ciudadanía, de los
problemas que ha generado su inacción en políticas como la del transporte o los
precios, o las exigencias de Marruecos sobre el Sáhara, corre a esconderse.
Se escondió detrás de Bruselas cuando nos invadió la pandemia
que negaban al principio; detrás de Mohamed II, Alemania y Francia para
traicionar el ideario del PSOE sobre la antigua colonia española; detrás de
Putin para justificar los precios de la gasolina, la electricidad y el gas, que
ya estaban en subida constante antes de que Ucrania tuviera más preocupaciones
que la de designar su representante en Eurovisión. Y, por supuesto, siempre,
para cualquier cosa, las movilizaciones del mundo rural, el paro de los
transportistas y pescadores, o el desabastecimiento creciente en nuestros
comercios, detrás de los fachas, que son el epítome de la maldad, la
insolidaridad y la arena en los engranajes de su Gobierno.
De Sánchez sabíamos ya su enfermiza, endémica, invencible
incapacidad de cumplir una promesa, asegurar un compromiso o decir la verdad.
Desde que dijo que no podría dormir tranquilo gobernando con Podemos para, la
misma noche de las elecciones, pernoctar con Pablo Iglesias y sus conmilitones
en el colchón por el que cambio en el que había dormido Rajoy, la palabra del felón, de Su Sanchidad,
vale lo que un euro de madera.
Ahora, además, adopta con mayor frecuencia las habilidades de
Houdini, el escapismo, la salida por la tangente, la carrera en pelo para
esconderse tras lo más aparatoso que encuentre cerca. Verán como el anunciado,
para el 29 de marzo, “plan para distribuir de manera justa las cargas de la
invasión de Ucrania” (así lo llama el comunicado de La Moncloa), que ya obvia que
nuestra situación económica actual es previa a la invasión rusa, se queda en
una declaración de intenciones, dos fotos, y el rebaño de diputados afectos al
régimen aplaudiendo de pie en el Congreso. Eso sin contar que lo de “distribuir
de manera justa” es, conociendo al tipo, como para echarse a temblar, salvo que
vaya a exigir responsabilidades al mismísimo sátrapa ruso. Menos mal que,
cucarachas de este tipo, digo yo que no habrá doscientas más por ahí
agazapadas.
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