El drama de Casado
Conmemora el Partido Popular, porque celebrar se antoja
quizás excesivo dada su situación actual, los veinticinco años de la llegada de
José María Aznar al Gobierno de España. Imagen del expresidente y su delfín,
tirando a arenque. Nada que ver. Pero qué recuerdos, oye, qué personajes, qué
políticas, qué solvencia, qué gestión…
Sin ánimo de mayor profundidad, cuando Aznar llegó a laMoncloa en 1996, se encontró con 3,5 millones de parados (20,04% de la
población activa), un 5,5% de déficit público, una deuda de 360.000 millones de
euros y una Seguridad Social en quiebra, tras una legislatura en que la presión
fiscal supuso un 36% por las subidas de impuestos. Ello sumado a los casos de
corrupción y el terrorismo del GAL. Todo un panorama.
Pero la gestión del Gobierno Aznar, con personalidades tan
determinantes como Rodrigo Rato -antes de caer en el amor y la avaricia, o
viceversa, que tanto da-, Jaime Mayor Oreja, Loyola de Palacio, Abel Matutes,
Rafael Arias-Salgado, permitió situar, tras su primera legislatura, la tasa de
crecimiento en más de un 3%, el déficit público reducido hasta el 0,3% y una
tasa de paro que bajó hasta el 13,6%, ya que se crearon 600.000 empleos.
Y sí, claro, luego Aznar se emborrachó de Moncloa, puso los
pies sobre la mesa de salón de Bush, hablaba raro y nos metió en aquella guerra
-tampoco mucho, ya les digo- que desembocó en los atentados de Madrid que
dieron la victoria a Zapatero, ese tonto.
Si Pablo Casado tuviera nunca, que no la tiene, la
posibilidad de llegar a gobernar España -no al menos con sus actuales
estrategias y sus actuales compañeros de responsabilidades- se encontraría con
un panorama posiblemente peor, debido tanto a la pandemia que nos está
arrasando social, económica y laboralmente, como al juego subterráneo que, en
las brumas de los Decretos Ley, están realizando los Picapiedra, ya saben,
Pedro y Pablo, y que tienen a nuestro país como jamás hubiera predicho Alfonso
Guerra, que no lo conoce ni la madre que lo parió.
Pablo Casado ganó las primarias del PP “de aquella forma”,
perdiendo en la primera vuelta con Soraya Sáenz de Santamaría. Pero en la
segunda vuelta, todos se pusieron de acuerdo en que importaba más derribar a la
que había sido vicepresidenta, que procurar un Partido de Gobierno con un
mínimo de posibilidades. Porque Casado no quiso recoger el guante que le lanzó
Soraya y se fue a buscar a quienes habían votado a los perdedores Cospedal y
García Margallo, desoyendo a los muchos que afirmaban -y se han visto
confirmados después- que “el niño está verde”. Y desde entonces hasta aquí, de
fracaso en fracaso hasta la insignificancia final.
Porque sí, a lo mejor pueden recuperar los votos que se le
fueron por el centro hacia Ciudadanos (aunque ya se ha visto en Cataluña que
hasta prefieren a los socialistas). Pero tienen a la derecha una pieza de
mármol travertino que, lejos de desinflarse, recoge a los votantes peperos que
la tibieza, la banalidad, la frivolidad y la indefinición de Casado no sabe mantener
en su cuenta. Y así nos va.
Si el PP quiere volver a ser una opción de gobierno, hará
bien en sacudirse veleidades centristas, porque nunca lo fueron, y aprender
que, con Ciudadanos declarando ruina, todo pasa por entenderse con Abascal. Que
sí, que vale, que no nos entusiasma, ni mucho menos; pero que ahí está y te
está robando el bocadillo, chaval.
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