Jaurías
Me da lo mismo quiénes fueran en las furgonetas negras que
huían, en Vic, de la manada de salvajes, de la horda de fascistas, que
arrojaban sillas, vallas, piedras, botellas, lo que pillaran. Lo mismo me da
quién haya puesto la pequeña carpa a la que acuden con su bilis de insultos, de
amenazas, de odio, otros tantos jabalíes, tanta hiena, tanto chacal. Porque, a
efectos de comportamiento democrático, lo mismo da que los agredidos sean
tirios o troyanos; lo definitivo, lo determinante, es que la piara que alimenta
la algarada son los que son, piensan lo que piensan y defienden lo que
defienden; y lo hacen además con la apatía displicente – cuando no la
autorización, connivencia, complicidad, conchabanza y monipodio- de quienes deberían
ser los representantes de todos los catalanes.
Porque catalanes son -aunque seguro que encontraríamos
también radicales dados al desorden de acá y acullá- el hatajo de animales que
están convirtiendo una campaña electoral, tradicionalmente dedicada a la
explicación de los programas y propuestas de las agrupaciones políticas que se
presentan a los comicios, en una vergüenza no sólo para el resto de los
catalanes (tan catalanes al menos como ellos), de todos los españoles y de los
europeos que los observan, digo yo, con un tremendo deseo de que consigan su
independencia y se incorporen como uno más a la Unión Europea. Con esos
mimbres, se iban a hacer un cesto como un serón.
Son catalanes, y son más, y son mejores, los que miran las encuestas que hablan de una participación de no más del 55% y se lanzan a las
redes sociales a movilizar el voto constitucionalista, desmotivado por unos
resultados poco alentadores para Ciudadanos y el PP. La entrada de VOX en el
Parlament no conduce a nada porque, no nos engañemos, de nada servirían a la
causa el 21% de los sufragios que obtendría el PSC ni los 31 escaños que
lideraría el candidato maravILLA, porque ya tienen decidido -por muchas veces
que repitan que no lo harán, puro sanchismo- que gobernarán con ERC y
los Comuns, la marca local de Podemos.
Y luego está la cuestión del voto, acudir a las urnas, aunque
se haya disparado el voto por correo. Bien mirado, acudir a la sede electoral,
con las medidas de precaución que ya hemos interiorizado en este último año
(mascarillas, distancia de seguridad y cositas así), no sería más arriesgado, a
efectos de contagio, que viajar cada mañana en autobús o metro. Y, a lo mejor,
solo la movilización del voto constitucionalista, ese que odian los salvajes,
esa caterva de fascistas que se dicen antifascistas -lo cual debería llevarles,
en rigor, al harakiri, por mera congruencia-, podría acabar con ese virus letal que atenaza Cataluña:
el independentismo y sus actitudes totalitarias.
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