VACUNEMIA
Ido Illa (tanta penitencia halle como desastre deja), sustituido por una señora tan poco ducha en cuestiones sanitarias como él, pero que resulta que ya era ministra de antes, sin que no lo supieran más que en su casa, preocupa el proceso de vacunación, que cojea, se arrastra, se incumple y se salta más que Sánchez los protocolos en las recepciones con el Rey.
Y no solo, como ya era previsible, porque el exministro del desastre no hubiera previsto el tema de las jeringuillas, que también. No,
ahora resulta que estamos en manos de unos estafadores habituales, las
farmacéuticas dueñas de las vacunas que, aunque han cobrado ya un pastón de la
Unión Europea, con la que habían comprometido mil millones de dosis de vacunas,
remolonean, incumplen plazos de entrega, subastan su producción a mejores
clientes… Y nos tienen el ritmo de vacunación no en eléctrico be bop,
sino en monótona, estática, aburridísima sardana, ya que estamos. Que es más
ágil un chotis sobre una baldosa que la “marcha” a la que se nos está vacunando
a los españoles, vamos.
Ya sabemos que, en general, las industrias de los medicamentos no han sido
nunca un dechado de moralidad, fundamentos éticos ni compromiso social -digan
lo que digan sus carísimas campañas de responsabilidad social corporativa-;
pero en este caso de las vacunas contra una pandemia mundial, que intenten
mejorar sus cuentas de resultados de modo tan miserable resulta tan pornográfico
como arrancar los dientes de oro a una anciana agonizante.
Cuando Jonas Salk se negó a patentar la vacuna que
acabó terminando con la poliomielitis y que le hubiera hecho ganar siete mil
millones de dólares, su argumento fue categórico: “¿se puede patentar el sol?”.
Bien, pues Médicos sin Fronteras, el pasado mes de noviembre pedía
que los gobiernos del mundo apoyasen la petición de Sudáfrica y China ante la
Organización Mundial del Comercio, para que mientras durase la pandemia (y
dura, y dura…) se renunciara a ciertos derechos de propiedad, lo cual
permitiría no otorgar ni hacer cumplir
las patentes y otras medidas de propiedad intelectual en medicamentos, vacunas,
pruebas de diagnóstico y otras tecnologías de COVID-19, hasta que se alcanzase
la inmunidad de grupo.
Muchos de los países que ahora se lamentan de que Pfizer y Astrazeneca cambien sus políticas de producción y distribución de la vacuna por no
otras causas que las comerciales, votaron en contra de la propuesta y ahora es
el llanto y crujir de dientes. Menos en España, cuyo gobierno, abonado a la
mentira hasta cuando pestañea, sigue afirmando contra toda razón y cálculo, que
el setenta por ciento de los españoles estaremos vacunados para el verano. No
se lo cree ni su caballo.
Lo que no entiendo es cómo los seguros médicos, la medicina
privada de nuestro país, aún no han tomado la iniciativa de hacerse con las
dosis necesarias y ofrecerlas a sus asegurados al precio que marque el mercado. Será porque, en toda esta pandemia,
han optado por ponerse de perfil. Mi seguro médico me brea con correos
electrónicos, mensajes de móvil y llamadas de teléfono para ofrecerme esto y
aquello, desde la atención on line, hasta magníficas oportunidades en
distintas ortopedias. Pero aún no me ha dicho qué hago, ni a dónde voy si tengo
síntomas de COVID.
Y habrá que empezar en pensar que el acceso a la vacuna -en
esto que ya no es una guerra contra la pandemia, sino comercial, porque se
incumplen los protocolos, se saltan las colas los políticos y las farmacéuticas
hacen de su capa un sayo-, debería poder tenerse desde la libertad de cada uno.
No vaya a ser que el Gobierno adopte el programa de vacunación propuesto por el
autodenominado Grupo Colaborativo Multidisciplinar
para el Seguimiento Científico de la COVID-19, impulsado por el Instituto de Salud Global de
Barcelona (ISGlobal), el Colegio de Médicos de Barcelona (COMB) y la Asociación
de Entidades de Investigación de Cataluña (ACER) y decida que, antes de
vacunarnos a usted o a mí en la séptima u octava fase, hay que vacunar a
presos, residencias de refugiados o migrantes que veranean en los hoteles de
Canarias; por delante incluso del personal esencial en transporte, educación,
alimentación y, digo yo, peluquerías. Que, tratándose de este Gobierno y la
indocumentada ministra colocada al frente de la pandemia, y viniendo de algo
parecido a un Comité de expertos, tampoco sería de extrañar.
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