Sin vergüenza

 


No me cabe duda de que la mayoría de los socialistas que, como afiliados, votantes o simpatizantes, quedan en España estarán pasando estos días mucha, pero que mucha vergüenza con el pacto que Pedro Sánchez ha realizado con Bildu, los herederos de Herri Batasuna, el brazo político de ETA, la banda terrorista que asesinó en cuarenta años a 854 personas.

Que estarán avergonzados, además, de tener como Secretario General y Presidente del Gobierno a un felón que ha hecho de la mentira su herramienta política más recurrente, como diariamente les recuerdan algunos medios (otros no, claro), simplemente tirando de hemeroteca.

Una vergüenza que amagan, pero tampoco muy alto, algunos barones, como García Page y Lambán, que queda en bonita pose y no va más allá, porque tampoco pueden ni quieren arriesgar su sillón.

Una vergüenza que demostraba Nicolás Redondo Terreros en su comunicado del viernes pasado del think tank La España que reúne, pidiendo a los socialistas que “ya que no pueden salvar la dignidad colectiva del partido, salven la suya”, diciendo donde puedan que NO a los pactos con Otegui.

Y ocurre todo esto cuando, a  raíz de la publicación de “Patria”, de Fernando Aramburu, se han estrenado un buen número de documentales y películas sobre ETA y sus andanzas criminales, cuyo visionado recomiendo vivamente. Títulos como “La línea invisible”, "El final del silencio" de Jon Sistiaga o “El desafío ETA” de Hugo Stuven, pasando por la  adaptación televisiva de la propia obra de Aramburu; intentos todos ellos de que la sociedad española no olvide a esos asesinos, no pierda de vista sus crímenes y las víctimas que dejaron, ni “trague” con el blanqueamiento que, de Pedro Sánchez para abajo, incluido el indigno ministro del Interior y exjuez Marlasca, se está intentando hacer de sus herederos.

Asistí este fin de semana el estreno de “Bajo el silencio”, el último documental de Iñaki Arteta, un director vasco que, desde los noventa, se ha empeñado en mostrar la realidad de lo que fue la organización terrorista y sus conmilitones, ya fueran colaboradores, encubridores, simpatizantes o simplemente ciudadanos vascos que preferían mirar para otro lado.

Sonroja ver en la cinta, que se articula sobre entrevistas directas con ex etarras, alcaldes o concejales de BILDU, curas como el de Lemona, que ha tenido que ser apartado de su ministerio por su justificación del terrorismo, o simples ciudadanos de localidades como Irún, cómo hablan del “conflicto”, del “relato”, de la “superación”, y justifican la existencia del terror en mentiras tan palmarias como la persecución del euskera y el franquismo, cuando ETA estuvo actuando hasta treinta y seis años después de la muerte del dictador. O cómo los jóvenes apenas recuerdan ninguna acción de ETA más allá del asesinato de Carrero Blanco.

Porque eso, precisamente, el “relato” que ha diseñado la izquierda abertzale, primero, y la pretendida progresía socialcomunista después, es lo que nos están vendiendo para que olvidemos, para que “superemos el conflicto” y lo hagamos en los términos que ellos dictan.

Y Sánchez, sin vergüenza, porque ni la tiene ni la conoce, está contribuyendo a ello; facilitando, por ejemplo, el acercamiento de condenados de ETA, sentenciados en firme, incluso con delitos de sangre, como Lierni Armendáriz, la asesina del exministro socialista Ernest Lluch; haciendo, o sea, lo que ETA exigía por la liberación de Ortega Lara, o por no asesinar a Miguel Angel Blanco. Será un fake o no el twitt de Arnaldo Otegui, el que disparó a Gabriel Cisneros, el que secuestró a Javier Ruperez, el sádico que jugaba a la ruleta rusa en la sien del empresario Luis Abaitua, que ha corrido por las redes este fin de semana, pero el contenido no puede ser más cierto: ETA jamás consiguió tanto sin tener que gastar una bala. Sin vergüenza, Pedro Sánchez, sin asomo de vergüenza.


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