¡¡Sobreviviremos!!
Cuenta la fábula que un labriego se encontró con la peste y
le preguntó a dónde iba. “Voy a la ciudad, le contestó la peste, a matar a
quinientas personas”. Cuando volvieron a encontrarse, unos días después, el
labriego le recriminó: “peste mentirosa, dijiste que ibas a matar a quinientas
personas, y han muerto cinco mil”. A lo que la peste contestó: “no mentí, yo he
matado a quinientas personas; el resto murieron de miedo”.
No es, el español, pueblo de miedos. Ya lo decía Miguel Hernández: “nunca medraron los bueyes en los páramos de España”. Por eso cuando
se decidió el cierre de guarderías, colegios y universidades, los madrileños se
fueron a la costa, como si fueran unas vacaciones. Una irresponsabilidad suya,
sí, desde luego; pero, sobre todo, una irresponsabilidad del Gobierno central,
que ha estado actuando tarde y mal hasta que no le ha quedado más remedio.
Porque los españoles no entendemos bien las sugerencias, y
menos de gobiernos que nos tienen acostumbrados a ponerse la tirita antes de
recibir la pedrada, a tentarse mucho la ropa por no ser antipáticos y perder
“imagen”, que es lo que priva. Por eso no se actuó antes. Por eso no se
prohibió la manifestación del 8-M, sino que, irresponsablemente, incluso se
animó a “salir a la calle” a corear, como la ahora infectada Begoña Gómez, la
esposa de Sánchez, y la también contagiada Irene Montero, la esposa del
vicepresidente, “Madrid será la tumba del fascismo”, aunque ahora parece que la
gloriosa manifestación podría ser la tumba del feminismo radical.
Hoy sí, hoy que se han sacado los tanques a la calle,
metafóricamente hablando, los españoles nos hemos tomado en serio la cosa y ya
todo es “quédate en casa”. Porque lo que sí entendemos los españoles son las
órdenes, el palo, la amenaza de multas y la policía en la calle.
Pero como somos así, nos quedan los gestos posturales, lo de
salir al balcón frente a vecinos a los que no dirigimos una mirada el resto de
nuestras vidas, aplaudir a los sanitarios (que me arece muy bien), y a las
cajeras de los supermercados, y a los reponedores de papel higiénico; o jugar
al bingo, o cantar “Que viva España”.
No sé si en dos meses, cuando esto sea historia, saludaremos
al vecino del balcón de enfrente que cada tarde miramos con un gesto de
simpatía, complicidad, unidad. Ni si dejaremos de ir a los centros de salud
cargados de derechos a increpar a los médicos, recordando sus esfuerzos de hoy.
No sé si aprenderemos algo de esto como ciudadanos, como sociedad; si
aprenderán nuestros políticos que no se puede pactar con las dificultades,
porque o las vencemos o nos vencen. Espero que sí.
Les ha hablado el contagiado siete mil setecientos treinta y
cinco del coronavirus. Desde mi aislamiento, un saludo, y mucho ánimo. Sobreviviremos.
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