Puigdiñán en Perpimónt
Los indepes, cuando no tienen
mejor cosa que hacer, se van de romería, de peregrinación ideológica a recargar
sus convicciones, sus fijaciones sectarias, a la sombra de ese diosecillo de
paja que tienen como líder, el prófugo Puigdemont, el mismo que les dejó
tirados cuando pintaban bastos, porque lo de ser juzgado e ir a la cárcel le
venía fatal.
Y ya tiene bemoles peregrinar a la capital del Langedoc para
ver a ese cobarde mal peinado, en lugar de, como en tiempos, ir para hacer cola
ante el cine Castillet a disfrutar del mucho mejor pelo de, qué te digo yo,
María Schneider, Silvia Kristel o Corinne Clery.
Pero a lo más que ha dado el ya demostrado escaso coraje del
huido ha sido a acercarse a Perpiñán para recibir la devoción de sus deudos y,
de paso, ilustrar el enfrentamiento que él y los suyos empiezan a mantener, no
ya solo con la mayoría de catalanes que no tragan con sus veleidades
independentistas, sino también con quienes le secundaron en la sedición del 1-O
pero tuvieron los redaños, al menos, de quedarse y aguantar con las penas de
cárcel, aunque ya estén las mitades paseándose por la calle de lunes a viernes.
Pero es que lo hace muy mal:
ir a Perpiñán y gritar “ya estamos en Cataluña”, además de ser una lamentable
paráfrasis del “Ja soc aquí” del -él sí- honorable Tarradellas, no hace sino
poner la mosca detrás de la oreja a una gente que, como los franceses, a lo
mejor son capaces de permitir que unos cuantos trastornaos se planten
ahí a adorar a su becerro de barro (a pesar de tener teóricamente prohibidas
las concentraciones de más de cinco mil personas, por lo del coronavirus); pero
no les toques el trigémino con reclamar algo de su propiedad, que mira qué
pronto acabaron con el santuario etarra del Sudouest cuando los vascos
empezaron a querer poner ikastolas y reivindicar las merindades de
Ultrapuertos.
Eso y que las mayores colas del evento no se registraran para
el besamanos del sumo pontífice de la idiocia separatista, sino en el puesto de
churros “producte d’Espagne” , deja la romería en una especie de “boutade”, que
queda lejos de la dignidad de Perpiñán, ahora Perpimónt, y las películas
de Bertolucci, Passolini u Oshima, para dejarla, como mucho, al nivel de “El liguero mágico” o “La masajista vocacional” y a Puigdemont, ahora Puigdiñán,
ni siquiera a la altura de la suela de Esteso y de Pajares: pura chirigota.
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