Como chinos
El acervo popular español está lleno de referencias a los
chinos, cosa extraña porque, hasta hace prácticamente treinta años, pocos
veíamos por estos lares, hasta que empezaron a llegar como turistas y se
quedaron con sus todo a cien. Pero tenemos frases como “engañar como a un chino”,
“caer como chinos”, “sonar (algo) a chino”…
De la primera dicen que nace cuando los británicos comenzaron
a esclavizar orientales para llevarlos a Perú, con falsas promesas, para hacerlos
trabajar en la extracción de guano. Una mierda de trabajo, la verdad.
Pero anida también en nuestro imaginario común la expresión
contraria: “engañar como un chino”. Y viene de la afición de esta etnia a las
imitaciones de marcas, las falsificaciones de productos de lujo y su venta en
los todo a cien, mismamente. Vamos, que tenemos tirando a poca confianza en la
calidad, autenticidad y duración de los productos que provienen del gigante
oriental.
Pues imagínense ahora, que lo que nos mandan es un virus, el COVID-19 ése que,
por encima de una mortandad que tampoco dista mucho de la de una gripe común,
aterra por la facilidad de su contagio. Por eso, y porque es chino.
Y porque tenemos la sensación de que los chinos mienten más
que pestañean. Como para fiarte de unos tipos que hablan sobre una enfermedad
que parece haberse generado zampándose unos murciélagos (que eso, la verdad,
solo se les ocurre a los chinos).
Máxime cuando, por un lado, van cambiando a conveniencia el
sistema de contabilización de afectados; que al principio era si tenían fiebre;
pero luego, no, que era si se ponían en las de morir o cascaban. Y te dicen
que, además, hay uno que contagia a veintiséis, cuando lo normal es que se
conformase con pringar a cuatro o cinco.
Y te enteras, luego, que al honrado médico que avisó ¡en
noviembre! de que algunos de sus alumnos estaban malitos, lo trincan, lo meten
en la cárcel y lo acusan de traición y ataque al sistema (que es una cosa que gusta mucho hacer a los comunistas; no hay más que oír a los de Podemos),
hasta que enferma y se muere.
Total que, a estas alturas, el corona virus famoso se pasea
por el mundo, infectando a diestro y siniestro y matando al personal. No mucho,
pero sí con una dispersión geográfica que consigue que el personal se preocupe.
Y acaba matando, ya van cinco, en Italia, mediante el
prodigioso método de infectar a todos los que acudieron a un hospital mientras
los galenos ni se enteraban de la amenaza.
Llegará a España, claro. Cuestión de globalidad. Pero de
momento, aquí solo ha matado a la Mobile World Congress, que yo creo que se
suicidó, más bien, no precisamente por el virus sino por otras cuestiones a las
que no son ajenos ni el independentismo catalán ni Huawei.
Así que ya me imagino que nuestras farmacias estarán haciendo
acopio de mascarillas y geles desinfectantes. Ayer, mientras tanto, el
restaurante chino donde comí (magníficamente, por cierto) estaba petao de
españoles. A lo mejor para ver si había suerte y se podían coger una cuarentena.
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