Periodismo detergente
Colea la sentencia de los ERES y, al tiempo que no vamos
enterando de “detallitos” de la sistema mafioso montado por el PSOE en torno a
la Junta de Andalucía, asistimos a una nueva entrega de un fenómeno ya consolidado
en España en los último años, el de los medios “detergentes” de comunicación.
Son esos diarios -impresos o digitales, nacionales o locales-,
cadenas de radio, canales de televisión y publicaciones de toda laya, también
(o sobre todo) en las redes, que sin apearse de su condición de “periodistas”,
arrastran el ya poco buen nombre de la profesión por los lodazales de la
subjetividad, el sectarismo, la tendenciosidad y el servilismo, cuando no
directamente la mentira y la calumnia.
Menciona Maite Rico, en su columna de El Mundo, el cada vez
más habitual ejercicio del “perodismo”, en el afán de excusar las actividades
corruptas, nepotistas, abusivas o directamente delictivas -con sentencia
judicial- de los amigos poderosos, los que los mantienen a golpe de subvención
y trato de favor. Ya saben: “sí, ocurrió pero…”. Y en el adversativo cabe cualquier cosa con el fin de
blanquear los comportamientos desviados: no se llevaron un euro, crearon
empresas, mantuvieron la paz social…
No es de ahora, ni pasa solo con el caso EREs (que no es sino
el primero de los ciento cincuenta y tantos que se avecinan). Se hizo y hace lo
mismo con los Pujol, con los independentistas, con los terroristas de ETA, con
Otegui, con la financiación de Podemos, con la tesis doctoral de Sánchez: lavar
la cara, las manos y los bajos de los “amigos” en benefició de ¿qué? ¿De la
democracia? No parece. ¿De los derechos y libertades? Pero solo de unos pocos y
tendenciosamente, porque no a todos se les da el mismo trato. ¿De la
convivencia? Pues tampoco, porque los españoles, que no son tontos, constatan
la engañifla con cada vez mayor y más rápido discernimiento.
Que sí, que ya sé que la periodísticas son también empresas,
con su cuenta de resultados, con sus gastos en equipo y personal. Y que los
periodistas deben (deberíamos, la verdad) cobrar por su trabajo y para eso, una
de dos, o los medios siguen vendidos a sus financiadores y favorecedores, o los
ciudadanos tendremos (tendréis, queridos) que pagar más por la información para
exigirle veracidad, imparcialidad, objetividad e independencia. Pero mientras
una empresa quiera llamarse, o un profesional intitularse, periodista, bueno
sería que nuestra labor en la sociedad mantuviera el compromiso con esos
valores y el servicio que de nosotros esperan los ciudadanos.
Me remito, de nuevo al artículo de Maite Rico y suscribo
textualmente su párrafo final: “es muy difícil reivindicar la sacrosanta misión
de fiscalizar al poder cuando se antepone la defensa de unas siglas políticas a
la decencia de la vida pública”. Y, miren, busquen, comparen y, si encuentran
algo peor, no lo compren.
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