Votar con el bolsillo
Que digo yo que, el próximo diez de noviembre, ya sabes, en
las elecciones generales, ni con el corazón, ni con la cabeza; más nos vale ir
pensando en votar con el bolsillo.
Sí, todo lo prosaico que quieras, pero verás: lo mismo da si
lo que te entretiene es ir incendiando contenedores e impidiendo el ejercicio
de los derechos ciudadanos a los que no piensan como te han dicho que tienes
que pensar, para que tu insignificante patria chica sea lo que no será nunca. No
importa si, por el contrario, te enroscas en la bandera nacional, la de todos,
como si fuera solo tuya, y te crees el salvador y guardián de las esencias de
la reserva de valores de occidente.
Es igual que aplaudas una exhumación extemporánea y
electoralista que no hace sino remover, más allá de la losa de una tumba,
viejos fantasmas que habíamos conjurado y solo tú -y cuatro más- consideras
útil resucitar; o que, por el contrario, consideres que se atenta a tu
historia, tus convicciones y las bases mismas de la cultura española porque se
cambie un cadáver de sitio.
Poco da si te indigna que no se haya condenado ya al asesino
de Diana Quer a la prisión permanente revisable que merece, porque no hay
jurado popular adecuado; si me apuras, hasta los peces del Mar Menor, siendo
importantes unos y el otro, van mucho más allá. Como si lo que te preocupa es
la fecha del partido entre el Barcelona y el Real Madrid, o las innegables
tensiones entre Chabelita y Paquirrín.
Da igual todo, porque lo que nos jugamos después del diez de
noviembre, de las elecciones generales, ya sabes, es que sigas trabajando, que
te curtan a impuestos, que no puedas heredar los cuatro cuartos que te dejó
papá, porque tendrías que pagas casi el doble. Se trata de que, si eres
autónomo, puedas llegara vivir de tu trabajo en lugar de que te sangre el
Estado para subir los sueldos de los funcionarios. O de que los pensionistas
puedan mantener su nivel de vida sin arruinarnos a los que pagamos sus
pensiones porque, desengáñate, lo que pagaron ellos hace ya tiempo que se gasto
aquí, allá o acullá.
La cuestión es que no volvamos a estar, como país, sí, pero
sobre todo tú y yo, como ciudadanos, al borde de la quiebra y la visita de los
señores de negro.
James Carville, asesor de Bill Clinton en la campaña
electoral de 1992 que acabó con éste en la Casa Blanca, acuñó la frase que
resumiría todo lo anterior: “¡es la economía, estúpido!”. Y ya sé que la
palabra gruesa no siempre agrada, pero es innegable que mueve, como cuando el
Mosso de Escuadra Octavio le dijo a aquel guardia forestal que cortaba el
tráfico aquello de “¡la República no existe, idiota!”.
En 2011, un gobierno del partido socialista se vio obligado
por Bruselas nada menos que a reformar la Constitución española, en su artículo
135, para fijar el concepto de estabilidad presupuestaria y que el pago de la
deuda pública fuese lo primero a pagar frente a cualquier otro gasto del Estado
en los presupuestos generales. Y ahora, el 11 de noviembre, el Gobierno que
saquemos en las urnas va a empezar por tener que cuadrar la deuda que se ha
disparado en estos meses. Y eso sin contar con los siete mil millones que
recogen -dice Hacienda que por error- las cuentas del Estado remitidas a la
Unión Europea.
No, no vienen tiempos fáciles para España; para ti y para mí,
o sea. Así que, sea cual sea tu ideología, tu percepción sobre la unidad de
España, la Memoria Histórica, los procesos penales o las cuitas de la familia
Pantoja, yo que tú, tío, votaba con el bolsillo.
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