Sentencia Fiasco
La sentencia contra los alentadores y máximos responsables
del “prusés” independentista de Cataluña, los que alimentaron la
serpiente de la república inexistente, los que han enfrentado a catalanes con
catalanes, a catalanes con el resto de españoles, es la plasmación, negro sobre
blanco, de un fiasco anunciado, y no solo por la vergonzosa filtración.
No entraré hoy, apenas en mi poder los 493 folios de la
sentencia, en valorar los hechos probados, los considerandos, el fallo ni las
condenas; pero sí el por qué esta sentencia es un fiasco anunciado para
quienes, juristas, políticos, periodistas, ciudadanos españoles todos, esperábamos
que el Estado hiciera una demostración de fuerza contra quienes atentaron
contra nuestro sistema democrático, contra nuestra unidad como nación, nuestra
Constitución y nuestras leyes. Que lo hicieron, vaya si lo hicieron.
Un fiasco anunciado desde el 1 de junio de 2018, cuando Pedro
Sánchez se hacía con la presidencia del Gobierno, ganando la moción de censura
contra Rajoy con el voto de Esquerra Republicana y Junts per Catalunya. Quince
votos que eran otras tantas hipotecas que Sánchez comenzó a pagar solo cinco
meses después, el día en que la Abogacía del Estado, encargada de la
representación y defensa en juicio, ante cualesquiera jurisdicciones y órdenes
jurisdiccionales, del Estado, cambió su calificación del delito por el que iban
a ser juzgados los independentistas catalanes y lo convirtió de rebelión en
sedición.
O sea que estaban calificando la zapatiesta independentista
del referéndum que no fue y todos sus alrededores como algo equiparable, en
gravedad, causa de alarma y de violencia, y atentado a las bases de nuestro
sistema democrático, a la huelga de controladores aéreos del puente de la
Constitución de 2010, por poner un ejemplo.
No falta en mis aledaños quien culpa del fiasco al juez Marchena, que ha sido la cabeza visible de la acusación contra los delincuentes
catalanes. Pero no, el fiasco, la decepción que sentimos todos los españoles
por esta sentencia, cuando no la indignación, la rabia y el cabreo no es obra de
otro que de Pedro Sánchez, que acostumbra con mucha soltura y ninguna vergüenza
a utilizar los medios del Estado, desde el CIS hasta la Abogacía, para sus
exclusivos fines e intereses, más personales incluso que partidistas, que ya
estaría feo.
Sánchez tiene la manía, tirando a sátrapa, de pensar que,
como es presidente de rebote (porque no ha conseguido serlo tras unas
elecciones), todo cuanto el Estado ofrece y mantiene para su defensa en el
orden constitucional que tenemos dado, debe servir para su mayor gloria y
continuidad en las bicocas inherentes a su cargo.
Y si para ello ha de comprometer -como por otra parte hacen de
soi los socialistas cuando están en el gobierno- la estabilidad presupuestaria
de la amenazada economía española, con anuncios como el de la subida de las
pensiones según el IPC, el sueldo de los funcionarios o el pago de las
cantidades adeudadas a las Comunidades Autónomas (forzando de nuevo la mano a
la Abogacía del Estado), se hace sin sonrojarse un momento siquiera.
Tendremos tiempo de valorar la sentencia y las condenas que
recoge. Baste hoy reconocer que, por una vez, estoy de acuerdo con el títere
presidente de la Generalitat. Esto ha sido una sentencia política. Pero no en
el sentido en que él lo dice, sino precisamente en el contrario: una maniobra
política, una manipulación de la justicia, en beneficio, otra vez (o eso cree
él) del Doctor Fraude. Espero que los españoles lo recordemos dentro de cuatro
semanas. Sí, el 10 de noviembre.
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