Barcelona española



Como los fenómenos más apasionantes, éste se produce cada cierto tiempo. A lo mejor más del que a todos, empezando por ellos mismos, nos gustaría. Me refiero a la toma de las calles principales de Barcelona por esos catalanes a los que el independentismo tiene ignorados, ninguneados, cuando no olvidados o amenazados. Sucedió ayer, como ocurrió también el ocho de octubre de 2017. Y Barcelona volvió a ser la ciudad más libre, más abierta, más europea y más española de España.

Llenan las redes sociales imágenes de catalanes disfrutando de sus calles -sí, Torra, SUS calles-, aseados, sin odio al jabón, con el rostro descubierto, sus banderas catalanas (porque Cataluña tiene una bandera constitucional), españolas y europeas, y mujeres guapísimas, orgullosas de su nación y su belleza como no pueden estarlo las burrikas indepes, vestidas de negro, rostro enmascarado y mucha menos femineidad que odio. Y no, no me llamen machista. Es simplemente una cuestión estética.

Más allá de qué representantes políticos estuvieran, o dónde, en la manifestación, el 27 de octubre sacó al Paseig de Gracia a quienes no solo llevan aguantando las dos últimas semanas de barbarie, desorden, algarada y algún delito tipificado como tal, sino muchos años ya de silencio, de trágala, de ver como los falsos representantes del pueblo catalán se olvidan de al menos la mitad del mismo y jalean, protegen y subvencionan generosamente a los gamberros del odio.

Sociedad Civil Catalana expresa el (no poco) esfuerzo de unir y movilizar a cuantos en Cataluña son -y son muchos, son más y son mejores- que piensan que son parte de España y no tienen ningún interés en dejar de serlo. Y lo hacen frente al desprecio, el insulto y la amenaza constante del aparato fascista de la actual Generalitat, que alimenta a sus serpientes y las anima a la calle, a la violencia y el menosprecio no sólo de la legalidad vigente, sino de la opinión, la libertad y los derechos de quienes no piensan como ellos.

Como los fenómenos más apasionantes, no sé si la manifestación de ayer no debería repetirse más a menudo, que sé yo, cada año, cada seis meses, hasta que en la Generalitat y la Moncloa alguien se dé cuenta de que no son los niñatos enmascarados y ebrios -y no solo de odio- que la Universidad de Barcelona pretende aprobar por los estudios que no han cursado, quienes suponen la esperanza de una Cataluña como era, la región más libre, más abierta y más europea de España, y bien de España, de hace solo unos años.

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