¿Qué hacemos con los presos de ETA?


La dispersión de los presos de ETA por los distintos penales de España ha vuelto a ser noticia, tras el anunció de la disolución de la banda de asesinos y el precio que a la misma han puesto tanto sus conmilitones como el presidente de la Comunidad Autónoma Vasca y su delegada en Navarra. Y toca planteárselo, y hacerlo desde sus orígenes.


La saludable medida de alejar de sus lugares de origen a los condenados por sus acciones para la banda terrorista la adopta el gobierno socialista de Felipe González en 1989, de la mano del entonces ministro de Justicia, Enrique Múgica, y el Director General de Prisiones del momento, Antonio Asunción.

La motivación era clara: había que distanciar a los presos, lo más posible, del control de la organización, que dictaba sus normas, desde su comida, que no era el rancho del resto de presos, a si podían o no recibir visitas. En palabras del propio Múgica, los etarras presos "vivían en una doble prisión: una, impuesta por los tribunales y otra, por los jefes de la banda. Había presos que querían acogerse a los beneficios penitenciarios, pero los frenaban los duros”. La dispersión, además de limitarse a aplicar el reglamento, pretendía que quien buscara una salida -y no eran pocos- renunciase a la banda, que pidiera perdón a las víctimas…

Como resultado, en un par de años, dos tercios de los presos abdicaron del instrumento delictivo, se quebró la estructura de ETA, su aglutinante en las cárceles y en el exterior, y su estrategia de convertir al victimario y a su familia en víctimas que presentar como fruto de la “represión” y la “conculcación de derechos”. Además, originó una sangría en las finanzas de la banda, a través de las Gestoras Pro-Amnistía y de Etxerat, la asociación creada para el regreso de los presos a Euskadi y Navarra. También provocó que los asesinos volvieran sus ojos hacia los funcionarios de prisiones, matando en 1990 a Angel Mota.

Y ¿qué hacemos ahora con la dispersión, cuando no hay asesinatos y ETA dice disolverse? ¿Han prescrito las razones que aconsejaron proceder al alejamiento de los condenados? Posiblemente sí en su literalidad. Y a lo mejor cabría un planteamiento, por parte del Estado, orientado al fin de la dispersión. Nótese que no digo simplemente del Gobierno, sino que requeriría un amplio acuerdo parlamentario sobre quién, cómo y con qué condiciones, y basado en las mismas razones que la aconsejaba.

Me explico: hay 231 etarras presos fuera de Euskadi y Navarra (que no, que no pienso poner “fuera del País Vasco”; las entelequias ni existen ni pueden ser consideradas). Y hay también 297 víctimas cuyos crímenes todavía hoy permanecen sin resolver, más de la tercera parte de las más de 800 vidas que ha segado la banda terrorista en su más de medio siglo de terror.

El acercamiento de los presos de ETA a sus lugares de origen, hoy, pudiera ser una medida saludable, pero con las condiciones que dicta el sentido común. No podría ser nunca un hecho generalizado y gratuito, sino una medida aplicada uno a uno, caso a caso, y con la colaboración de los interesados en el esclarecimiento de todos los casos pendientes, con su arrepentimiento expreso y público, y la pública y expresa solicitud de perdón a las víctimas. El entorno abertzale creó, para su acercamiento, el movimiento “Tantaz tanta” (Gota a gota). Pues si los terroristas condenados pretenden su acercamiento, aplíquese el gota a gota: “Tantaz tanta, etarra, canta”.

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