Censura, que algo queda
Habrá que reconocer a Pedro Sánchez, ya que no otra cosa, su
constancia, su empecinamiento, su contumacia siquiera sea en el error. Tal
empeño en llegar a La Moncloa, sea por caminos, veredas o atajos, no puede ser
sino fruto de un juramento, qué sé yo, a su señora esposa, esa Begoña Gómez
ausente en esta nueva edición del asalto del socialista a la púrpura, pero que
tantos momentos de gloria nos ofreciera en aquel 2016 en que su marido
transitaba a la Presidencia del Gobierno sin mejores mimbres que los que ahora
mismo tiene, sin ir más lejos. Si no es por esa promesa y la plausible amenaza
de seguir durmiendo en el sofá, la verdad, no se entiende esta Moción de Censura.
Al Secretario General socialista, tras la sentencia del Caso
Gurtel, le puso la franela Pablo Iglesias, y él se arrancó solo, con alegría,
desde los medios, a ver si de ésta y con el apoyo de Podemos (que ahora mismo
apoyaría hasta la beatificación de Franco, con tal de que se olvidara el
casoplón de Iglesias y Montero, tras el ridículo referéndum en el que votamos
tantas veces) conseguía volver al tálamo conyugal.
Y ahí está, la criatura, en medio del jardín. Porque todo parece
indicar que con podemitas o sin ellos, esta vez tampoco. Porque el PNV, que
siempre se muestra muy abierto a todo y a dialogar cualquier cosa con
cualquiera (siempre que eso favorezca sus nada oscuros intereses), con un ojo
hace guiños a Sánchez, y con el otro mira al Senado, donde habrían de aprobarse
los Presupuestos en que Rajoy les ha consignado el generoso pago por sus cinco
votos.
Porque los nacionalistas catalanes, lo que era CiU y ahora ya
ni me acuerdo cómo se llama, pondrían un precio tal a su apoyo que hasta podría
hacer que Sánchez tuviera que preferir el sofá-cama antes de quedar hipotecado
para el resto de su vida política y personal.
Y porque en Ciudadanos están tan enceguecidos con esas
encuestas halagüeñas, que ellos sinceramente confunden con votos contantes y
sonantes, que no quieren ver al socialista en la presidencia del Gobierno e
intentan, pobres vanos, que Rajoy se haga el harakiri solito y les convoque las
elecciones con las que, engañados, sueñan.
En su tozudez, Pedro Sánchez cuenta con una muy amplia
probabilidad de estamparse de nuevo. Pero él no ceja (eso era más de Zapatero;
lo de la ceja, digo). Le han recortado la hierba bajo los pies, fijando el debate
de la moción de censura sin dejarle margen para negociar con unos u otros. Aunque
todos sabemos que mucho no tiene que ofrecer si no quiere terminar de enterrar
a un partido tan histórico y necesario como el PSOE. Nada, el de “no es no”,
don “erre que erre”, se dirige directo al abismo; el suyo o el del partido que
cometió el error de rescatarle del ostracismo al que lo habían condenado por su
mala cabeza. No aprenden.
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